Fukushima otra vez es noticia, después de que Japón empezara el
jueves a verter el agua contaminada por el accidente nuclear de
Fukushima. El proyecto de tirar 1,34 millones de toneladas del líquido
radioactivo depurado ha generado una fuerte oposición entre la
población, los pescadores y las organizaciones ecologistas, además de
las críticas de países vecinos. Se trata de aguas residuales nucleares
tratadas utilizadas para refrigerar los reactores dañados de la central
nuclear japonesa de Fukushima, afectada por un terremoto y un tsunami
hace más de una década.
El accidente de Fukushima-Daiichi,
ocurrido el 11 de marzo de 2011 en una central que poseía seis
reactores, se construyó en una zona de gran actividad sísmica –en el
Cinturón de Fuego del Pacífico–, que registra más de 5.000 temblores al
año, y en su construcción no se consideró la opción de tomar algunas
medidas encaminadas a evitar, o al menos minimizar, las consecuencias de
un posible accidente. El complejo se construyó sobre un acantilado a 10
metros del nivel del mar y no se planteó levantar un muro de contención
lo suficientemente alto que garantizara la protección frente a un
posible tsunami, que posteriormente tuvo lugar y que levantó olas de 15
hasta 25 metros.
El accidente de Fukushima tiene efectos
novedosos que nunca antes se habían registrado. El principal problema es
la contaminación del agua. Inicialmente, los reactores se regaron de
forma masiva con agua de mar para luchar contra la fusión de los núcleos
y posteriormente las aguas subterráneas que fluyen desde las cercanas
montañas hacia el mar se contaminaron al atravesar el subsuelo, e
incluso al penetrar dentro de las contenciones. Gran parte de la
radiactividad fue a parar al mar, y los niveles de radiactividad de las
áreas cercanas impactaron sobre la actividad agrícola, ganadera y
pesquera, afectando a la cadena alimentaria y por consiguiente a la
salud de las personas.
El Gobierno de Japón decidió en 2021 el
vertido al Pacífico de agua empleada para refrigerar los reactores
dañados en el complejo nuclear de Fukushima, y que está contaminada de
isótopos radiactivos. Son más de un millón de toneladas de aguas
radiactivas, que, aunque hayan sido procesadas en circuitos llamados
ALPS (Sistema Avanzado de Procesamiento de Líquidos) para retirar 62
tipos de materiales radiactivos, a excepción del tritio, no es inocua y
tendrá repercusiones sobre la flora y la fauna marina, y la salud
humana, según los países vecinos y diversos expertos. Japón afirma que
las aguas residuales serán seguras.
En estos doce años se ha
trabajado diariamente para descontaminar la central. En la primera etapa
se trató de evitar que hubiera emisiones de radioactividad vertiendo
agua sobre las instalaciones. Esa agua y la que han tomado del subsuelo
de la zona se ha ido acumulando en unos enormes tanques pero ya no cabe
más agua.
El plan de vertido de Japón consiste en liberarlas
gradualmente a lo largo de las próximas tres décadas. Mientras el
Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) evalúa la seguridad
del plan y lo apoya, algunos países vecinos de Japón lo critican por
unilateral y peligroso. Por su parte, científicos estadounidenses temen
que las corrientes oceánicas puedan transportar isótopos radiactivos
nocivos por todo el océano Pacífico. En declaraciones recogidas en
“National Geographic”, «se trata de un acontecimiento transfronterizo y
transgeneracional» el plan de vertido, afirma Robert Richmond, director
del Laboratorio Marino Kewalo de la Universidad de Hawái y asesor
científico del Foro de las Islas del Pacífico, que representa a 18
naciones insulares, algunas ya traumatizadas por décadas de pruebas
nucleares en la región. «Todo lo que se libere en el océano frente a
Fukushima no se va a quedar en un solo lugar».
Richmond cita
estudios que demuestran que los radionucleidos y restos liberados
durante el accidente inicial de Fukushima se detectaron rápidamente a
8.500 kilómetros de distancia de la costa de California. Los elementos
radiactivos de los vertidos de aguas residuales previstos podrían volver
a extenderse por el océano, afirma. El pasado mes de diciembre, la
Asociación Nacional de Laboratorios Marinos de Estados Unidos (una
organización con más de cien laboratorios miembros en Estados Unidos o
sus territorios) hizo pública una declaración en la que se oponía al
plan de vertido de aguas residuales. Citaba «la falta de datos
científicos adecuados y precisos que respalden la afirmación de
seguridad de Japón». Los vertidos, según la declaración, pueden amenazar
la «mayor masa de agua continua del planeta, que contiene la mayor
biomasa de organismos, incluido el 70% de la pesca mundial».
Los
tanques de las aguas residuales almacenadas contienen diversos niveles
de isótopos radiactivos como cesio-137, estroncio-90 y tritio, afirma
Ken Buesseler en National Geographic, radioquímico marino y asesor del
Foro de las Islas del Pacífico, que se pregunta hasta qué punto es
eficaz el sistema de filtración de aguas residuales para eliminar todos
los elementos radiactivos de los tanques.
Una enseñanza
importante a extraer del accidente de Fukushima y de otros accidentes
como el de Chernóbil, son la necesidad de transparencia y comunicación
abierta, así como la imprescindible independencia de los organismos
reguladores que vigilan la seguridad de las instalaciones, cuestión que a
juicio de numerosos científicos no se ha dado tanto en la gravedad del
accidente de Fukushima como en el caso del vertido de aguas radiactivas
al océano Pacífico ahora.
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