El Guggenheim de Aguascalientes

 

Fundidora Guggenheim en Aguascalientes por el Fotógrafo Charles B Waite. - Aguascalientes, Aguascalientes (MX15610353528072)


 

Edorta Jiménez

El Guggenheim de Aguascalientes

Aguascalientes es una ciudad mexicana, capital del estado autónomo del mismo nombre, que según el censo de 2020 contaría con casi 900.000 habitantes. Su casco histórico ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, si bien la ciudad esconde algunos aspectos que nunca serán declarados tal. Nada más ni nada menos que los restos al aire libre de una antigua fundición apilados hasta formar una montaña, la que llaman «El Cerro de la Grasa». Hay además un río casi desaparecido al borde de todo aquello que un día fue y ya no es más que un mundo de residuos contaminados, contaminantes. Era el río San Pedro. Pero ya se sabe que junto a un río lo mismo se puede poner una fundición que un museo. Y no pasa nada.

Quizás a alguien por aquí le suene el nombre de Aguascalientes, no en vano el pasado 19 de julio jugó allí el Athletic Club de Bilbao contra el Nexaca, incluso hay fotografías en las que se ve al equipo embarcado en un avión en el que se lee Aguascalientes. Lo que seguro que sonará menos será el titular de este escrito y, leído lo leído hasta aquí, quizás alguien piense, desde ya, que va del negocio colonial del museo de ese nombre en Bilbao y otra posible sucursal de la marca en México. No va por ahí. Veamos.

En 2013 el artista hidrocálido Rolando López se determinó a crear su propio proyecto de un hipotético museo Guggenheim de Aguascalientes partiendo de la idea de que todos aquellos restos de plomo, cobre y hasta arsénico al aire libre, altamente peligrosos, que veía en su lugar de nacimiento, tenían como origen los negocios de minería y fundición de Solomon Guggenheim, que entre 1890 y 1925 fue dueño y señor de aquel estado, de una gran parte de la nación, de sus líneas de ferrocarril, de para qué seguir. Todo ello por un puñado de pesos de inversión, con cero impuestos y mano libre para explotar a la naciente clase obrera de allá por donde se asentara alguno de sus negocios que le reportaron millones de dólares, no soy capaz de decir cuántos. Aunque me he leído tres veces el libro “Aguascalientes: imperio de los Guggenheim”, de Jesús Gómez Serrano.

Si tuviera que resumir el libro lo haría por una parte con la novela “Gallarta”, de Iñaki Egaña, que me subyugó. Ahí tienen las tiendas que en México llamaban Tiendas de Raya, en las que los obreros se ven obligados a comprar con los vales que les dan los patronos, que nunca llegaban para pagar y generaban un endeudamiento creciente que pasaba de padres a hijos, las chozas como vivienda, el hacinamiento, los accidentes, la casi falta total de atención médica, la media de vida de unos cincuenta años, y qué más, Iñaki. Luego estarían las estadísticas que completan el libro, en las que ya digo, no encuentro la fortuna que acumuló aquel Solomon que, sin duda, merecería una película como aquellas dos ya legendarias tituladas “Las minas del rey Salomón”. De cuando Hollywood limpiaba la cara al imperialismo con recursos narrativos que hoy nos dan grima. Como guión de la nueva película se podría tomar el libro de Jesús Gómez Serrano, el citado “Aguascalientes: imperio de los Guggenheim”.

Por otra parte resumiría ese libro diciendo que muestra cómo las autoridades locales de Aguascalientes, las del estado del mismo nombre y el propio Gobierno central, el del dictador Porfirio Díaz, se pusieron al servicio de los negocios e intereses de aquel Solomon, exentándolo de impuestos, dándole acceso libre y gratuito al agua hasta casi secar el río que, como por descuido, pasaba por allí como el Oka por aquí, así como disponer de cualquier tipo de recurso natural que pudiera recibir gratuitamente o, cuando fuera propiedad privada, estaba facultado para pedir su expropiación. A cambio de un depósito de 4.000 pesos de la época y una inversión en infraestructura de 200.000 pesos, Solomon Guggenheim tenía autorización para un beneficio dentro de la hacienda minera de 180 toneladas diarias. ¿Les suena? Echen cuentas.

Casi como aquí. El «aquí pago yo», por no decir «barra libre» que ya han puesto en marcha en Urdaibai la Diputación Foral de Bizkaia, con cuarenta milloncejos, el Gobierno de España, con otros cuarenta, y el Gobierno Vasco que anda buscando dónde guarda la calderilla para poner lo que resta hasta los 130 que dicen nos va costar la cosa. ¿Y Guggenheim, en este caso su fundición o fundación, qué pone? ¿Lo sabe alguien? ¿Lo han dicho?

«¿Qué historias están detrás de las grandes colecciones de arte del mundo? ¿A costa de qué formas de explotación económica y de cuántos expolios se fueron formando esos acervos de grandes obras de arte que representan una de las más maravillosas creaciones del ser humano?», se preguntaba la periodista Sonia Sierra en el diario "El Universal", en su crónica sobre la exposición de Rolando López de 21 de enero del 2015.

Volviendo al arte, el propio autor del Museo Guggenheim de Aguascalientes, hijo de ferroviario, pura clase obrera, contaba que la idea le vino de la lectura del contrato entre Guggenheim y Vázquez del Mercado, firmado el 12 de abril de 1894.

Siguiendo el ejemplo de Rolando, se me ocurre que como simple fuente de inspiración artística ahora mismo yo querría ver el contrato de estos de las aguas calientes de por aquí con los de la orilla del Hudson, o viceversa. ¿Ustedes no?

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