Manteo-Okendo, un menú indigesto


Como un agujero negro, las áreas centrales de Donostia se densifican concentrando los usos privados más lucrativos, encareciendo hasta niveles escandalosos la vivienda y el comercio.

Juan Ramon Lombera
Arquitecto

El jardín de las caricias, además de placer puede ser una ética (Luis Antonio de Villena, sobre poesía antigua oriental).

Hace más de tres décadas, el Ayuntamiento donostiarra aprobó unánimemente la ordenación urbanística del ámbito de Ulía que incluye los entornos de Manteo y Okendo; en ella se contemplaba el desarrollo de varios equipamientos, hoy ya ejecutados, además de un espacio libre público, jardín urbano abierto hacia la avenida de Navarra. Ello suponía, también, reducir las carencias de Ategorrieta-Ulía e incorporar el ajardinamiento al barrio de Gros como escalón visual verde hacia el Monte Ulía. El Plan General (PGOU) de 1995 respetaba aquella ordenación, bien recibida por la ciudadanía. El jardín, sin embargo, permanentemente reclamado, solo se ejecutó en parte.

El PGOU de 2010, revisaba ambiguamente aquel consenso, estableciendo unos objetivos para el ámbito («mejora ambiental y urbanística» «consolidación» y dotación de «al menos 5.000 m2 de «zona verde»…) que hoy, sorprendentemente, se reinterpretan en un proyecto de alta edificabilidad, agresivo con el entorno protegido del Palacio de Okendo y generador de estrechos pasillos residuales que solo desde la burla pueden denominarse «zonas verdes».

Flexibilizar la norma en un mundo cambiante resulta comprensible si lo mejora; lo es también dotar al diseño urbano, propio del arquitecto, de fundamento jurídico, cosa del letrado. Pero si hoy la letra gana al dibujo, aquella debería ser igual de precisa, pues una regulación demasiado «abierta» disuelve el propio concepto de «plan». Corresponde al planeamiento general concretar los elementos estructurales (vías, dotaciones, espacios libres…), las referencias básicas no modificables a capricho. Es tramposa una norma-comodín, tan moldeable que permita hacer una cosa y su contraria.
 
En cualquier caso, un jardín urbano es un tesoro para la ciudad; jardín insertado en su trama, accesible, de topografía, dimensionado y díselo adecuados, apto para cualquier usuario, y, naturalmente, bello. La Donostia del siglo XIX, la del arquitecto Goicoa –excelente ejemplo de racionalidad y sensibilidad– los creó llenos de encanto, a la medida de una ciudad relativamente pequeña. Desde entonces Donostia ha crecido mucho pero sin seguir aquel ejemplo; los modernos parques centrales de Araba y Pio XII tampoco pertenecen a la etapa llamada «democrática», en la que las esperanzas de lograr una ciudad acorde con ese noble calificativo han sido frustradas en gran medida. Los nuevos parques urbanos del sistema general, comparables a los citados, son prácticamente inexistentes en los corredores de desarrollo intensivo. Únicamente algunas plazas-jardines «locales» (con ejemplos estimables, como Benta Berri, Zubimusu, Errotaburu, Intxaurrondo, Harria..., realizados hace más de veinte años), en su mayoría periféricas, cubren justamente las propias necesidades de barrio.

En los últimos años los suelos urbanísticamente más aptos han sido ocupados al máximo, destinándose exclusivamente al negocio privado residencial o terciario. Tal política ha llevado los exigibles espacios libres a las colinas y bordes periféricos. Este tipo de parques periurbanos, siendo también necesarios, resultan alejados y no aptos para cualquiera; tampoco pueden suplir a los cercanos e indispensables jardines urbanos.

En Ategorrieta-Ulia apenas hay espacios libres públicos dignos de tal nombre, a pesar de su creciente población, y el arbolado de las villas se derriba con ellas; el jardín de «Viveros» está constante, obsesivamente amenazado; San Bartolomé presenta una rácana plaza, insuficiente para su intensivo desarrollo; ahora se anuncia la construcción masiva de la franja de vías del Paseo de Errondo...

Como un agujero negro, las áreas centrales de Donostia se densifican concentrando los usos privados más lucrativos, encareciendo hasta niveles escandalosos la vivienda y el comercio. Incluso el subsuelo de los mejores jardines y paseos heredados se convierte en negocio de aparcamiento. Ahora toca Manteo, un espacio verde largo tiempo reivindicado por los ciudadanos del entorno. No es justificable la sustitución de un equipamiento necesario y no trasladable por otros menos ligados a un lugar concreto, sobre todo cuando estas carencias dotacionales tendrían que estar ya resueltas en una ciudad que ha generado enormes plusvalías inmobiliarias.

Sobre la idea arquitectónica del nuevo BCC, hay que decir que el diseño publicado, guste más o menos, no parece considerar suficientemente el contexto urbanístico, ambiental, social, etc.; un proyecto de arquitectura nunca tendría que ser autista; ni utilizar eslóganes baratos y falsos: el edificio no supone una apertura hacia Ulía, sino una evidente barrera. A veces el mejor proyecto para un lugar es el que no se construye.

Completa el menú la participación en esa razzia contra el patrimonio público, de una universidad privada y cara (BCC-MU), que, a pesar de formar parte de una corporación económicamente potente, se beneficia, una vez más, de favores administrativos.

Respetables y apreciados chefs: un bello jardín cercano es un regalo para los sentidos, un exquisito plato al alcance de cualquier bolsillo.

Comentarios