Huertos y jardines comunitarios

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Huertos y jardines comunitarios

Nerea Morán
Madrid (España), junio de 2008.

Índice General


Introducción

El control y el mantenimiento colectivo de huertos y jardines urbanos proporciona una mayor calidad ambiental del espacio y una mayor calidad de vida para sus habitantes.

En el momento actual son necesarios nuevos procesos de recuperación del espacio urbano que mejoren la sostenibilidad de las ciudades, tanto a nivel ambiental como relacional, en los que se potencie el funcionamiento sostenible del metabolismo urbano y la calidad de vida de los ciudadanos. Además será necesario revisar los modelos de gestión de estos espacios de cara a mejorar su funcionamiento. Los huertos y jardines comunitarios son instrumentos que dan una solución adecuada a estos requerimientos.

Inicios de la jardinería comunitaria

Si hacemos un breve recorrido por la historia reciente de las ciudades occidentales veremos la trayectoria que han tenido los huertos y jardines comunitarios en ellas y los cambios que se han ido produciendo en su concepción.

Rastreando los inicios de este tipo de proyectos encontramos que en distintos países existe una larga tradición de huertos urbanos. «Estos pequeños jardines tienen varios nombres. Son conocidos como kleingärten en Austria, Suiza y Alemania, allotment gardens en el Reino Unido, ogródek dzialkowy en Polonia, rodinná zahrádka en la República Checa, kiskertek en Hungría, volkstuin en Países Bajos, jardins ouvriers y jardins familiaux en Francia y Bélgica, kolonihave en Dinamarca, kolonihage en Noruega, kolo:w nitraedgard en Suecia, siirtolapuutarhat en Finlandia, shimin-noen en Japón, community gardens en Estados Unidos, y probablemente con muchos otros nombres en otros países del mundo.»(Groening, 2005)

En la ciudad industrial del Siglo XIX, los huertos urbanos alivian ligeramente las condiciones de hacinamiento y pobreza causadas por el proceso de industrialización. Los gobiernos y la iglesia proporcionan terrenos para el cultivo, son los llamados huertos para pobres; los dueños de grandes fábricas ven la ventaja de este tipo de experiencias pues mejoran la moral de los trabajadores, pero cuidando siempre que la independencia que les proporcionen no sea excesiva. También las compañías estatales de ferrocarriles, en Alemania y Holanda por ejemplo, ceden a sus empleados los terrenos vacantes y los bordes de las vías para el cultivo. Gracias a estos huertos la población proletaria puede completar sus ingresos y asegurarse una mayor calidad alimentaria.

En Alemania el modelo actual de huerto comunitario, schrebergarten, surge en 1864, año en que se crea en Leipzig una asociación para reclamar espacios libres para los niños en las ciudades. Una vez conseguidos estos espacios parte de la zona de juegos se subdivide en parcelas para cultivo, pronto las familias se hacen cargo de estos huertos y se elaboran los primeros reglamentos de uso.

En la primera mitad del Siglo XX la historia de los huertos urbanos está ligada a las grandes guerras, que obligan a los gobiernos a procurar el autoabastecimiento de las ciudades, fomentando el cultivo de frutas y verduras y la cría de cerdos, conejos o aves de corral, para poder contar con comida fresca. Las importaciones de alimentos no podían asegurarse debido a la dificultad en los transportes; además los cultivos en las ciudades colaboran en la economía de guerra pues permiten priorizar los envíos de municiones, armas y alimentos para el ejército.

En la Primera Guerra Mundial comienzan a ensayarse estas experiencias, con la campaña Dig for Victory en Reino Unido, por ejemplo. También en Estados Unidos se fomentan los Liberty Gardens en este momento, y posteriormente en el periodo de entreguerras, durante la Gran Depresión del 29, se establecen huertos urbanos denominados Relief Gardens.

Es en la Segunda Guerra Mundial cuando se vuelca un inmenso esfuerzo en el cultivo en las ciudades, con los Victory Gardens en Estados Unidos y la campaña Dig for Victory en Gran Bretaña, en la que con el fin de concienciar y educar a los ciudadanos se realizan boletines, carteles, programas de radio y documentales que se proyectan en los cines; se crean incluso dos personajes de dibujos animados: Potato Pete y Dr. Carrot, dirigidos a los niños, que también son llamados a colaborar en las milicias de plantación. Se aprovecha todo el terreno disponible, desde jardines particulares hasta campos de deportes y parques (Hyde Park contaba con una granja de cerdos), o cualquier espacio apto para el cultivo, como las inmediaciones de la Torre de Londres.

En Alemania la existencia de los schrebergarten permite que los habitantes de las ciudades tengan un refugio cuando sus viviendas han sido bombardeadas y unos medios de subsistencia de los que carecen en el centro de las ciudades.


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Dig for Victory, Reino Unido

Victory Gardens, Estados Unidos

Figura 1: Carteles de campañas en favor de los huertos urbanos



inmor3.jpg Figura 2: Cultivo de patatas frente al Reichstag, Berlín, 1946.


Tras la Segunda Guerra Mundial las ciudades europeas, en lugar de poner en valor estas experiencias que habían sido fundamentales para su subsistencia, inician una reconstrucción que no deja espacio para actividades productivas de este tipo. El modelo se basará de nuevo en el transporte a larga distancia de los alimentos, modelo que se irá incrementando hasta nuestros días en los que alcanza una escala global.

Será en la década de los setenta cuando los jardines y huertos urbanos resurjan como herramienta de apoyo comunitario, en un momento en el que la crisis de la energía y la recesión económica se dejan sentir especialmente en los barrios de bajos recursos de las ciudades occidentales.

Desde finales de los sesenta el movimiento contracultural desarrolla en Norteamérica prácticas de autogestión innovadoras, en cuanto a jardines comunitarios una referencia en California es People´s Park, proyecto comunitario desarrollado en unos terrenos abandonados propiedad de la Universidad de Berkeley. En abril de 1969 los terrenos son ocupados por estudiantes y residentes locales, que comienzan a construir el parque. En principio cuentan con el permiso de la Universidad, sin embargo el gobernador de California, en aquellos momentos Ronald Reagan, pasando por alto la autoridad del rector decide desalojar el parque. El 15 de mayo del 69, la policía acordona la zona y destruye las plantaciones, un grupo de 3.000 activistas reunidos en asamblea en otro lugar al conocer la noticia se dirige al parque para tomarlo de nuevo. Este día será conocido como Bloody Thrusday por los violentos enfrentamientos que se producen y que se saldan con la muerte de un estudiante y centenares de heridos.

También es en estos años cuando nace en Nueva York lo que más tarde se conocería como Green Guerrilla. En un contexto de crisis económica en el que se estaban produciendo procesos de degradación y abandono de espacios residenciales en el centro de las ciudades, los activistas comenzaron a ocupar solares y otros terrenos y a cultivarlos. El primer proyecto fue en Manhattan, sin embargo los hortelanos pronto fueron expulsados para edificar el solar; el segundo jardín también estuvo amenazado de desalojo aunque finalmente la presión popular hizo que el ayuntamiento negociara y alquilase el terreno a la asociación, manteniéndolo hasta nuestros días. En la actualidad existen 700 jardines comunitarios en los diferentes distritos de la ciudad, y por todo el país numerosos grupos trabajan en una potente red a escala nacional de Asociaciones de Jardines Comunitarios [Community Garden Coalition].

En la década de los setenta también en Europa arraiga la filosofía ecologista y los principios de la autogestión, y se organizan iniciativas similares, el grito «bajo el asfalto está la playa» bien habría podido ser «bajo el asfalto está la huerta». En Gran Bretaña el movimiento de Granjas Urbanas y Jardines Comunitarios [Urban Farms and Community Gardens] surge en estos años y desarrolla proyectos no sólo de huertos sino también de cría de animales de granja y caballos en entornos urbanos, incorporando una fuerte carga de educación ambiental a través de actividades orientadas a los niños, como talleres o teatro.

Un hito importante en la historia de la agricultura urbana es la transformación que sufre la ciudad de La Habana, en Cuba, a raíz de la caída del bloque soviético. Al dejar de contar con las importaciones de alimentos y combustible barato, el suministro de alimentos en las ciudades cubanas se vuelve un problema crucial, estimándose que «la disponibilidad de alimentos bajó hasta en un 60% entre 1991 y 1995» (González Novo, 2000). La respuesta a este problema consistió en el desarrollo de un sólido sistema de agricultura urbana, mediante diversas herramientas, entre ellas los huertos populares, trabajados por grupos de horticultores por barrios, a los que se ceden solares y otros espacios de la ciudad. «Los huertos populares no sólo acabaron con la monotonía de los alimentos disponibles, sino que incluso recuperaron cultivos tradicionales (maracuyá, sésamo, guanábana) e introdujeron nuevos cultivos como la espinaca» (González Novo, 2000). El tipo de agricultura que se desarrolla es orgánica y la innovación es constante, a través de programas de investigación y experiencias de cultivos hidropónicos o huertos intensivos.

Actualmente en Europa los huertos urbanos son principalmente de ocio, aunque su uso por parte de inmigrantes les dota de carácter de identidad cultural y de mejora de las condiciones de subsistencia. En Estados Unidos las situación de desigualdad social hace que la función de los huertos comunitarios sea prioritariamente de integración social y desarrollo local.

Otras experiencias tienen como fin conseguir alimentos sanos, de calidad, cultivados localmente. En nuestro país es el caso de Vitoria el que está impulsando un proyecto de agroecología con jóvenes agricultores en unos terrenos municipales del Anillo Verde, en la zona norte de la ciudad. En Londres se están desarrollando diversas campañas en torno a la alimentación, que señalan como herramientas principales la coordinación con los productores locales y la conservación y desarrollo de huertos urbanos comunitarios.

Vemos por tanto que los momentos de mayor difusión de proyectos de horticultura urbana coinciden con crisis importantes relacionadas con la escasez de alimentos y energía; los espacios donde arraigan con más fuerza corresponden a áreas urbanas degradadas y con una población de bajos ingresos. En cada caso estos proyectos han sido fundamentales para mantener a los habitantes de las ciudades. No entraremos a analizar la situación de los países en vías de desarrollo, en cuyas ciudades este tipo de iniciativas tienen otra escala y un carácter básico de subsistencia, pero hay que destacar las importantes lecciones que se podrían aprender de estos procesos de cara a lograr la autogestión alimentaria de las ciudades occidentales.

Podríamos marcar varias etapas de la evolución del significado de este tipo de proyectos. En sus comienzos, en la ciudad industrial del Siglo XIX y principios del Siglo XX, eran prácticas necesarias para la subsistencia, con una capacidad potencial (temida y controlada por las autoridades) de proporcionar cierto grado de independencia que pudiera generar resistencias al sistema industrial.

En la primera mitad del Siglo XX tuvieron un carácter patriótico y de subsistencia en una economía de guerra, las ciudades tuvieron que adaptarse a la falta de medios e introducir en su seno procesos productivos para abastecerse de bienes de primera necesidad.

A partir de los años setenta se incide en la oportunidad de ligar las actividades de jardinería comunitaria con la autogestión, el desarrollo local, la integración social y la educación ambiental.

En la actualidad, a parte de los valores recreativos de este tipo de proyectos, cobra fuerza la idea de reverdecimiento urbano, insertar la naturaleza en la ciudad mediante corredores ecológicos y otro tipo de elementos que influyan positivamente en el metabolismo urbano. Se reconoce además el aumento de la calidad de vida que supone tener acceso a alimentos frescos, ecológicos y de calidad en los terrenos próximos a las ciudades.

El desafío para el futuro sería integrar los proyectos de jardinería comunitaria dentro de un proceso general de rehabilitación urbana ecológica, como un elemento más de los que conforman la complejidad urbana y no sólo como excepciones exóticas o puntuales. Deberían incluirse en el funcionamiento de la ciudad como una parte activa de su metabolismo.

Metabolismo urbano

Recuperar los ciclos naturales

Un jardín comunitario es el espacio propicio para visibilizar algunos de los ciclos de materia y energía que actualmente no tenemos presentes en la vida urbana.

Los jardines comunitarios suponen un modelo de uso intensivo de energía humana. La construcción de estos proyectos habitualmente se lleva a cabo por parte de los vecinos, y es usual la reutilización y reciclaje de materiales. No se utiliza maquinaria en el cultivo y el mantenimiento. La acción local supone ahorro también respecto a los sistemas centralizados de mantenimiento, con el transporte de plantas y materiales a lo largo de áreas muy extensas.

Ciclos de materia

La presencia de cualquier tipo de plantación introduce un ritmo nuevo en las rutinas artificiales de la vida urbana, poniendo de manifiesto el paso de las estaciones mediante los cambios que la vegetación va experimentando, provocando así una clara conciencia del lugar que el ser humano ocupa dentro de la naturaleza.

En el caso concreto de los huertos, el propio proceso de crecimiento de las plantas —con los momentos de siembra, cuidados, floración, recolección y consumo—, supone la recuperación de un ciclo excluido de la vida de la ciudad o, si no excluido, invisible, debido a la larga distancia que separa cada uno de los pasos que sigue el proceso producción-consumo de alimentos. Por una parte, esta puesta en valor del ciclo vegetal, mediante el conocimiento e implicación en el proceso por parte de los vecinos, pone de manifiesto la dependencia de la vida urbana respecto a los recursos exteriores que necesita para mantenerse. Por otro lado, la incorporación de actividades productivas en la trama urbana reduce en una pequeña parte la necesidad de alimentos frescos de fuera de la ciudad, disminuyendo los consumos y emisiones producidos por el transporte a larga distancia, el almacenaje y demás costes asociados a las explotaciones agropecuarias.

Este ciclo ligado a la producción de alimentos se puede cerrar completamente en un huerto o jardín comunitario si se combina con la generación de compost a partir de los residuos orgánicos domésticos o del propio material orgánico del jardín (hojas secas). De esta manera se aportan nutrientes al suelo. Este sencillo procedimiento, lógico en teoría, es el principio fundamental de la agroecología, en la que los alimentos necesarios para el abastecimiento de un grupo humano son producidos localmente y los nutrientes necesarios para la regeneración del terreno se obtienen de los residuos orgánicos producidos por la comunidad.

Es usual en los jardines y huertos comunitarios, sobre todo en los autogestionados, encontrar que se han aprovechado todo tipo de materiales y objetos desechados para construir jardineras, caminos, vallas, techados, pérgolas, asientos y lugares de estancia. La reutilización es una práctica fundamental en cuanto al tratamiento de los residuos urbanos, además responde sinérgicamente a las necesidades humanas de creatividad, apropiación o personalización del entorno.

Ciclo del agua

Los sistemas de drenaje habituales en las ciudades conducen el agua de lluvia a sumideros que la incorporan a la red de alcantarillado, aunque actualmente está aumentando la instalación de redes separativas. En la ciudad consolidada se puede ensayar otro tipo de soluciones para intensificar un uso sostenible del agua que recupere su ciclo en el entorno urbano y lo haga visible.

En palabras de Michael Hough, «donde la porosidad del suelo lo permite, el agua de lluvia que cae directamente sobre la tierra ayuda a rellenar las reservas de agua subterránea. El drenaje natural de las tierras con hierba o vegetación es muy útil para controlar y gestionar las aguas de lluvia: ayuda a la infiltración natural dentro de la tierra y controla la velocidad del flujo de agua, la cual es esencial para el control de la erosión y sedimentación». Por tanto, la simple presencia de un mayor número de superficies verdes está ayudando a devolver el agua de lluvia a su ciclo natural, al retenerla y favorecer su evaporación o su filtración al terreno. Además, de este modo es aprovechada para el riego de las plantaciones.

Para el uso de aguas pluviales en el riego de jardines y huertos se pueden incorporar medidas sencillas, basadas en la recogida, mediante depósitos y pequeños estanques de almacenamiento. Incorporar al diseño elementos de este tipo además es una buena medida para enriquecer la biodiversidad de la zona, pues la presencia de agua y vegetación adaptada a ella (juncos, nenúfares...) atrae pájaros e insectos y permite la existencia de ecosistemas más complejos a pequeña escala, que habitualmente no podemos observar en el entorno urbano. Dentro del proyecto West Philadelphia, en el jardín comunitario Aspen Farm, los miembros de la comunidad junto a los niños de un colegio local diseñaron y construyeron durante un programa de verano un jardín de mariposas alrededor de un estanque, escogiendo las plantas y el tipo de entorno que es hogar de estos animales.

Si vamos un poco más allá, hay otro tipo de actuaciones que se pueden realizar de cara a incorporar también las aguas grises en el espacio urbano de otras maneras que no sean su conducción a las depuradoras. Es importante cuidar el grado de pureza necesaria para los usos a que vayamos a destinar este agua, en el caso del riego el agua utilizada en usos domésticos puede ser beneficiosa pues aporta al suelo nutrientes como nitrógeno, fosfatos o potasio (Hough, 1998).

También se pueden introducir canales, estanques o fuentes en los que se produzca la depuración natural del agua mediante sucesivas decantaciones y aireación, filtrado por gravas y depuración por filtros verdes: algas y macrofitas por ejemplo. Un jardín comunitario puede ser un buen lugar para experimentar este tipo de soluciones, como laboratorio y elemento de educación ambiental, sin olvidar sus valores estéticos.

Puede resultar complicado reestructurar el sistema de saneamiento y es posible que los huertos y jardines comunitarios actualmente no puedan acometer proyectos de este tipo, pero pueden existir momentos de oportunidad, por ejemplo cuando sea necesaria una rehabilitación de los edificios, ya que si se enfoca desde un punto de vista ecológico, podrían incluirse experiencias innovadoras de este tipo.

En Kolding, Dinamarca, durante el proceso de la renovación de una manzana residencial de Fredensgade, el Hollanendervej Block, se introdujo la recuperación de agua de distintas maneras. Las pluviales se recogen e incorporan a un sistema de circulación interno constituido por un arroyo y un estanque y son utilizadas para el riego de los jardines y para otros usos domésticos. Se construye también un elemento significativo en el centro de la manzana, un invernadero que depura el agua de las viviendas mediante tratamiento biológico. La pirámide de Kolding es un auténtico ecosistema en el que conviven insectos y plantas y un elemento de identidad para la manzana.

En Cehegín, Murcia, la reestructuración de un espacio público central consistirá en su transformación en un jardín que depura el agua del alcantarillado local. Esto se consigue introduciendo canales y estanques que aprovechan la pendiente del terreno para conducir el agua por el recorrido de depuración. El primer paso del proceso es el filtrado mediante grava y arena, a continuación se hace pasar el agua entre especies macrofitas como juncos, carrizos, iris o espadañas. A parte de las especies depuradoras se plantan enredaderas que ocultan los muros de contención y árboles, que requieren poco mantenimiento y que se regarán con el agua depurada. Este es un espacio en el que se ejemplifica el ciclo del agua y donde sus usuarios pueden observar los diferentes pasos del sistema de depuración.

Equilibrio del ecosistema: especies vegetales

El tipo de especies vegetales presentes en la ciudad es un punto al que hay que prestar especial atención de cara a potenciar el uso de las más adecuadas y descartar las que no lo son.

En nuestras ciudades es habitual encontrar espacios libres no tratados, como descampados, solares, taludes, bordes de parques y otros espacios residuales. En ciertos momentos del año estos aparecen cubiertos de plantas aunque no se realice ningún mantenimiento. Son espacios ideales para el desarrollo de vegetación silvestre, comunidades de plantas urbanas naturalizadas, «que se han adaptado a las condiciones de la ciudad sin asistencia humana.» (Hough, 1998). Este tipo de vegetación a menudo cubre los espacios vacíos que ofrecen las condiciones adecuadas de soleamiento, presencia de agua, etc. Esto puede observarse en Madrid, especialmente en primavera, si bien es un florecimiento efímero, ya que la dureza de las condiciones climáticas hacen que durante el verano y el invierno la mayor parte de estos espacios aparezcan despoblados.

En los jardines privados y públicos lo usual es el predominio de plantas ornamentales, que al igual que ocurre con las extensiones de césped requieren una intensidad de cuidados y riego debido a que muchas de ellas no están adaptadas a las condiciones locales. Una tendencia actual en la jardinería, para disminuir los gastos en mantenimiento es la inclusión de plantas aromáticas resistentes, propias del clima local. El cultivo de estas especies tiene múltiples ventajas y es una solución muy adecuada para jardines y huertos comunitarios. Las aromáticas poseen importantes valores estéticos y prácticos: aspecto silvestre y distribución tapizante, color y aroma intensos durante la floración en primavera y durante el verano, posibilidad de recogida para su uso doméstico y valores medicinales, así como una resistencia y regeneración altas. Por tanto, especies como la hierbabuena, el tomillo, el romero, la albahaca, el espliego... pueden ser muy satisfactorias situadas en los lugares donde las condiciones de humedad y soleamiento sean las adecuadas.

En cuanto a los árboles, la plantación de frutales, aunque requiere un mayor mantenimiento, también es de profundo interés. La presencia de membrillos, limoneros, naranjos, cerezos, higueras, olivos o parras proporciona una calidad estética y ornamental alta, hace visibles los ciclos estacionales, proporciona sombra y produce frutas para el consumo. En el caso de las huertas también son muy interesantes las características estéticas de las plantaciones. Se trata de cultivos muy dinámicos, con una gran variedad de posibilidades tanto en invierno como en verano, y en nuestro clima contamos con muchas especies adecuadas.

Los jardines y huertos comunitarios incorporan un alto grado de diversidad vegetal, cada una de las personas implicadas añade sus gustos y necesidades particulares. Esto genera una gran complejidad en las relaciones entre las plantas, con múltiples ventajas si se sabe organizar adecuadamente aplicando los principios de la permacultura. La colaboración entre las plantas, insectos y otros invertebrados en un ecosistema controla las plagas, manteniendo un equilibrio propio autorregulado que lo hace más resistente.

Recuperar la calidad ambiental: el microclima urbano

Las condiciones climáticas locales pueden ser aprovechadas o atenuadas mediante la configuración urbana, según las características de la edificación (altura, forma, disposición) y las de los espacios libres que genera (tamaño, forma, soleamiento que reciben, si están o no arbolados, presencia de agua). En los espacios urbanos se produce un microclima con condiciones de temperatura, humedad y circulación de la brisa que no dependen sólo de la radiación solar, los vientos dominantes o la lluvia, sino de la capacidad de acumulación térmica y de generación de humedad de los recintos urbanos (Ramón, 1980). Con una combinación adecuada de estas variables se podrían lograr espacios con unas condiciones de confort suficientes para su uso tanto en invierno como en verano.

Uno de los elementos esenciales para lograr este confort ambiental es la vegetación, recurso muy útil por distintas razones, en primer lugar se pueden conjugar los ciclos naturales con las necesidades de cada estación: una masa de árboles caducos protege del sol en verano pero permite disfrutarlo en invierno, por ejemplo. Además la cobertura vegetal absorbe polvo y partículas en suspensión y mediante la fotosíntesis mejora la calidad del aire elevando el contenido de oxígeno y evaporando agua. Se pueden utilizar barreras vegetales de árboles y arbustos para protegerse de un viento dominante o de los focos de ruido.

La presencia de agua también es un importante agente de confort climático y, sobre todo en verano asociada a la vegetación, ayuda a regular las condiciones locales de humedad y temperatura, refrigerando el ambiente mediante su evaporación. Los distintos tipos de láminas de agua, fuentes, canales y pequeños saltos de agua, que la pulverizan, además de contribuir a una mayor calidad ambiental son elementos importantes de disfrute y juego, y permiten que las personas interactúen con el entorno realizando actividades relacionadas con el agua: refrescarse, contemplar, jugar...

En palabras de Fernando Ramón, unos espacios urbanos habitables sólo pueden surgir de una arquitectura de la diversidad «capaz de ofrecer, simultáneamente, la más amplia gama de opciones ecotérmicas posible, entre las cuales, el individuo real y concreto, según el nivel de actividad y arropamiento por él mismo libremente decidido, pueda escoger la más idónea: sol o sombra, viento o calma...» de modo que el espacio urbano sea un lugar confortable en el que se puedan desarrollar múltiples actividades en una escala humana. En este sentido tenemos un importante referente en las soluciones de la urbanización vernácula, resultantes del conocimiento común acumulado a lo largo de los siglos. Sus configuraciones dan respuesta a la necesidad de confort ambiental, mediante una gran diversidad de situaciones urbanas entrelazadas, que responden a diferentes determinantes y prioridades ambientales y sociales, relacionadas con el espacio concreto y sus características y a la vez comunicadas unas con otras creando un todo fluido.

En nuestras latitudes estas soluciones urbanas han permitido el uso confortable del espacio público y por tanto el encuentro de sus habitantes en él, tanto en invierno con espacios soleados y protegidos del viento o de la posible lluvia; como en verano, facilitando sombra y frescor mediante pequeñas plazas, fuentes, jardines, calles con soportales, miradores... Este tipo de ciudad creada colectivamente a lo largo de la historia constituye un sistema físico acorde con la complejidad de relaciones sociales que contiene o, también podríamos decir, consecuencia de las mismas. En cualquier caso íntimamente ligado a las necesidades de distinto tipo de sus habitantes, ya que en él es posible la superposición de diversas prácticas y la satisfacción de distintas necesidades: de movilidad, encuentro, descanso, disfrute... Este tipo de ámbito responde a las peculiaridades del entorno: su realidad física, su paisaje, su clima, sus habitantes. Y lo hace mejorando la relación entre todas ellas.

En el caso de la ciudad construida el reto consiste en saber aprovechar sus peculiaridades. Será necesario estudiar las condiciones concretas de soleamiento y movimientos de aire, así como las dimensiones y forma específicos, las relaciones visuales con la edificación y otros espacios libres, el uso cotidiano que acogen y las posibilidades que ofrecen, los recorridos peatonales existentes y los posibles, para rediseñar estos espacios potenciando sus valores y mejorando sus condiciones ambientales.

Diseño a escala humana

Los productos del diseño —jardines, casas, sistemas viarios y de agua, barrios y ciudades— son escenarios para la vida que transmiten un significado, expresan los valores de la sociedad.

Whiston Spirn, 2007

Recuperar espacios sin uso / recuperar el paisaje

Desprovistos de una función definida, los descampados tienen un potencial enorme: son lugares de libertad donde se puede esperar cualquier cosa.
Almárcegui, 2007
La existencia de descampados, solares vacíos y terrenos degradados en las ciudades es una oportunidad de dotar a esos espacios de otro significado, y de incorporar la participación de los vecinos en la transformación del paisaje de su entorno vital. La conformación del paisaje urbano debe responder a la diversidad de personas que lo habitan.

De una manera natural las personas se apropian de los espacios urbanos y les otorgan unos significados y usos diferenciados. Este comportamiento que se produce de manera intangible y dinámica puede ser concretado en actuaciones físicas sobre el terreno.

Los descampados de los que hablábamos antes, taludes, bordes, solares vacíos... son un espacio privilegiado para ser recuperados por parte de la comunidad con el objetivo de responder a sus propias necesidades. Estos terrenos, dependiendo de su situación y características particulares, pueden servir para incorporar en el espacio público distintos usos, conviertiéndose en campos de juego, espacios de estancia, senderos peatonales y jardines privados o comunitarios, por ejemplo.

La variedad de espacios disponibles y las necesidades y deseos de los vecinos multiplican las posibilidades de uso y la diversidad de las actuaciones. El conocimiento del espacio y de su historia por parte de sus habitantes y la capacidad de control comunitario sobre él aseguran que los proyectos que se desarrollan desde la propia comunidad tienen más garantías de ser asumidos por los vecinos como propios y de que éstos se impliquen en su cuidado.

Al ser los mismos usuarios los que deciden a qué va a estar destinado el espacio de su entorno y cómo va a ser, se genera un sentido de pertenencia, reconocimiento y responsabilidad hacia la comunidad con la que se trabaja y hacia el mismo espacio. Se diferencia un área como propia. El encuentro con otras personas, el intercambio de ideas y la capacidad de tomar decisiones y actuar sobre el entorno fortalecen las relaciones comunitarias, y potencian la creatividad.

Estas actuaciones realizadas a una escala muy pequeña, tienen mayor capacidad de respuesta a los problemas y cambios que se produzcan en el entorno. La diversidad estética y de uso se produce en tanto que distintas zonas son desarrolladas por distintos diseñadores en distintos momentos.

Con un modelo de gestión y diseño de los espacios libres basado en la participación de los habitantes se desarrollan paisajes urbanos más complejos y diversos, que incorporan distintas visiones culturales y sociales, diseñados a la medida de sus habitantes, a una escala humana.

Si estamos defendiendo que las personas que habitan un espacio y hacen uso de él deberían tener capacidad para decidir sobre el mismo, no podemos olvidar a quienes con más intensidad utilizan el espacio libre cercano a las viviendas: los niños. Trabajar con ellos sobre los problemas que encuentran en la calle y contar con sus ideas a la hora de rediseñar los espacios sería fundamental de cara a lograr espacios verdaderamente diversos y accesibles.

El proyecto La ciudad de los niños desarrollado en diferentes ciudades europeas y sudamericanas ha llevado a cabo en Fano (Italia), ciudad en la que se inició, una experiencia de planificación de espacios públicos con niños de la escuela infantil y primaria. Mediante talleres dirigidos por un arquitecto, los niños elaboraron dibujos y maquetas con sus propuestas para plazas, parques o espacios abandonados, que se presentaban a la corporación municipal y que en algunos casos han llegado a construirse. De los diseños realizados por los niños dice Francesco Tonucci, promotor del proyecto: «a ellos les gusta ocultarse, buscar rincones a ras de suelo o trepar; tener a su disposición el agua, la tierra, la hierba, las plantas; poder utilizar materiales diversos para hacer lo que en cada momento tengan ganas de hacer. En sus jardines hay por tanto frecuentes desniveles, grutas, torres, cabañas, fortines; pequeños lagos, estanques, fuentes, canales; leños, piedras, arena. Es como si nos dijesen, en definitiva: dadnos un espacio rico, articulado, no trivial, no estructurado, y ya sabremos nosotros cómo utilizarlo».

Recuperar la fortaleza comunitaria

Los jardines comunitarios son un modelo para el diseño urbano de base comunitaria. Son microcosmos de la comunidad que contienen múltiples lecciones para el diseño de barrios y ciudades. Un jardín comunitario es a menudo el primer paso del desarrollo comunitario y un importante espacio de aprendizaje para futuros líderes.

Whyston Spirn, 2007

Muchos proyectos de huertos y jardines comunitarios pueden verse además como medios de lograr el desarrollo local, el fortalecimiento de la comunidad y la integración social de los habitantes.

Desde 1987 se trabaja en Philadelphia un proyecto de investigación y desarrollo comunitario en el que colaboran la Universidad, colegios locales, grupos vecinales e instituciones del gobierno; su nombre es West Philadelphia Landscape Plan (WPLP). Actúa en diferentes líneas de trabajo que tienen que ver con la investigación de la historia y el presente del vecindario, los espacios vacíos, las posibilidades de regeneración, la participación comunitaria y la integración racial. Entre los proyectos que desarrolla se encuentran el diseño y construcción de más de sesenta jardines comunitarios.

En esta ciudad los jardines comunitarios tienen una larga historia y, aunque encontramos proyectos muy diferentes, todos ellos han surgido naturalmente de la comunidad ante la degradación y abandono de muchos terrenos y solares del vecindario. En ocasiones se han producido conflictos con el Ayuntamiento, como el caso del Schuylkill Park Community Garden, en la ribera del río, escenario de una larga lucha por la gestión de los terrenos. Aunque el Ayuntamiento los quería dedicar a un equipamiento público, finalmente los cedió a la asociación por un dólar diario, y además se hizo cargo de la construcción de las instalaciones, mientras los vecinos se encargaban del mantenimiento.

Uno de los jardines que ha colaborado más estrechamente con el programa WPLP ha sido Aspen Farm, proyecto comunitario que se inició en 1975. Es un espacio en el que participan más de cuarenta personas. Tienen un estrecho vínculo con colegios de la zona y a menudo los niños realizan actividades de educación ambiental en él; además los hortelanos dan una beca anual de estudios a un muchacho del barrio.

También en Nueva York la asociación Green Guerrilla, a la que nos referimos anteriormente, tiene un importante peso en la educación ambiental y el desarrollo comunitario. La asociación apoya a los nuevos jardines proporcionándoles materiales, plantas y talleres de formación sobre jardinería orgánica. Tiene convenios con diferentes colegios y realiza programas educativos de mejora del espacio con jóvenes; pintando murales y mediante otras actividades, como una granja urbana.

Uno de los proyectos más importantes que se han desarrollado en Estados Unidos es el que tiene lugar en Los Angeles, en South Central, barrio habitado principalmente por afroamericanos y latinos. En 1992 los vecinos se organizan y consiguen detener el proyecto municipal que pretendía construir una incineradora en el centro del barrio, en un solar degradado de unas seis hectáreas. Ocupan ese terreno y desarrollan en él una granja urbana, South Central Farm, una de las más grandes del país. La producción se destina a autoconsumo y venta, convirtiéndose la granja en medio de subsistencia de 350 familias. En 2003 el Ayuntamiento vende el terreno sin avisar previamente a los vecinos que intentan recomprarlos sin éxito, y son desalojados finalmente en 2006. Sin embargo el proyecto sigue en marcha, ahora en otros terrenos en el valle y en un pequeño parque de la ciudad. Las familias mantienen el vínculo con su antiguo espacio mediante un centro comunitario justo frente al solar, que ha vuelto al estado previo de degradación; en este centro intercambian y venden sus productos, han iniciado una red de distribución de alimentos y su objetivo final sigue siendo recuperar la antigua granja.

Modelos de gestión

La creencia de que los parques deben ser mantenidos a costa del dinero público y con muy poca implicación directa de los ciudadanos, es una herencia del pasado que está siendo reexaminada en muchas ciudades.
Hough, 1998

Iniciativas formales y no formales

A continuación vamos a ver las diferencias y oportunidades que ofrecen los distintos tipos de gestión de espacios verdes trabajados por grupos de ciudadanos.

Iniciativas municipales

Esta clase de proyectos surgen de la administración local, a la que pertenecen los terrenos y que mantiene la gestión de los mismos. Los huertos se plantean como espacios regulados, en los que mediante programas municipales, se adjudica durante un determinado periodo de tiempo —tres años y medio— un terreno público a los participantes. Normalmente estas cesiones están asociadas a actividades previas de formación.

En Vitoria, el programa de Huertos de Ocio en terrenos del Anillo Verde, cuenta con un huerto colectivo para las prácticas de aprendizaje y con cien parcelas de huerto individuales. Comenzó en 1995 y su gran éxito ha hecho que se destinen nuevos terrenos en el norte de la ciudad para acoger otras 250 parcelas. En el caso de los Huertos Urbanos de Barcelona, que se iniciaron en 1997, existen 10 huertos distribuidos por diferentes barrios de la ciudad, con un total de 239 parcelas. Los vecinos sólo pueden optar al huerto que se encuentre en su mismo barrio, aunque las extensiones y nivel de demanda de cada uno de ellos son diferentes.

Los objetivos principales de estas iniciativas son la recuperación de espacios urbanos, la educación ambiental y la creación de espacios de socialización. En muchos casos están destinados a un segmento concreto de la población, que tiene necesidades especiales de inserción social, como pueden ser los jubilados en el caso de los Huertos Urbanos de Barcelona. Se podría decir que su gran éxito se convierte en un problema, pues a menudo hay largas listas de espera para poder optar a una de estas parcelas.

El control de los terrenos, su acceso y los horarios de trabajo están marcados por los responsables de la administración competente. Se destinan fondos públicos a su mantenimiento y el apoyo institucional es alto.

Iniciativas comunitarias

En este tipo de proyectos se da una gran variedad de situaciones de propiedad: los terrenos pueden ser del grupo que los desarrolla, pueden ser terrenos públicos cedidos por el Ayuntamiento o terrenos públicos o privados ocupados sin autorización. En cuanto a la gestión, la lleva a cabo el grupo de manera más o menos estructurada. Tenemos el ejemplo del Parque Miraflores, en Sevilla, cedido finalmente para la gestión vecinal tras una larga reivindicación ciudadana. En sus huertos de ocio Las Moreras, que ocupan una superficie de 150 metros cuadrados dentro del parque, existen 120 parcelas cultivadas individualmente o por asociaciones de distinto tipo. Las decisiones sobre los huertos se toman en una asamblea en la que participan todos los hortelanos; se agrupan además en comisiones de trabajo para asuntos concretos, como el invernadero o el mantenimiento general.

Los objetivos, muchas veces no expresados explícitamente, son, además de potenciar el contacto con la naturaleza, el fomento de la participación ciudadana en la gestión de su entorno y la reivindicación de las señas de identidad y la mejora de los barrios concretos donde se desarrollan.

En Barcelona encontramos un movimiento muy activo en este sentido. Desde las ocupaciones ilegales que realizan generalmente jubilados en extensos terrenos de la periferia situados en los bordes de ríos y autopistas, hasta actuaciones puntuales en distintos solares urbanos vacíos. Tenemos el caso de El Forat de la vergonya [El agujero de la vergüenza] en el barrio de la Ribera, en el Raval, escenario de una ambiciosa rehabilitación destinada a higienizarlo. Los vecinos ejercieron una fuerte resistencia a esta dinámica, y en concreto ocuparon un solar de 5.000 metros cuadrados destinado a aparcamiento para absorber las visitas de carácter cultural relacionadas con los equipamientos cercanos: el Museu d'Art Contemporani de Barcelona (MACBA) y el Centre de Cultura Contemporánia de Barcelona (CCCB). Los vecinos limpiaron y transformaron este espacio construyendo un jardín, un huerto, una zona de juegos infantiles, canchas de fútbol y baloncesto y espacios de estancia. Se convirtió así en el único espacio verde en esta zona de la ciudad, y en un verdadero lugar de encuentro de la gente que lo habita. Finalmente, en otoño de 2006, el espacio fue desalojado y se arrancaron los cultivos y los árboles.

Vemos mediante estos ejemplos la elevada fragilidad de estas iniciativas que dependen del esfuerzo y capacidad de reivindicación de los vecinos. En algunos casos se logra su reconocimiento público y su ‘legalización’, pero en muchos otros se trata de espacios vulnerables, que podrían ser desalojados en cualquier momento, y que sin embargo tienen un alto dinamismo social.

Ventajas de la gestión ciudadana

Con los huertos esto queda mucho más limpio y bonito estando cultivado que estando abandonado... ¡mira que diferencia con todo aquello que no está cuidado por allí! Habiendo huertos hay limpieza.
Blanco, 2008

El deseo de las personas de cuidar su entorno se hace visible en distintas actividades, como pueden ser las plantaciones de árboles y repoblaciones por parte de grupos de ciudadanos, habituales desde hace años, organizadas por grupos ecologistas y asociaciones locales, incluso en el mismo Madrid (como la repoblación de zarzales y colocación de cajas-nido que organiza la coordinadora Salvemos la Dehesa de la Villa), nos indica que los ciudadanos se sienten responsables de los espacios verdes de su entorno vital.

Sin embargo, la práctica habitual es el mantenimiento centralizado por parte de las empresas municipales de parques y jardines, que responden en la mayor parte de los casos con soluciones estandarizadas, en cuanto a las instalaciones de juegos para niños, por ejemplo, y obviamente en la jardinería. La ignorancia de la situación local concreta ha provocado conflictos con los vecinos en distintas ocasiones. Estos conflictos responden al distinto grado de comprensión del espacio, del carácter del lugar y los procesos que se producen en él, por parte de quienes lo gestionan y quienes lo usan.

En Madrid tenemos un ejemplo muy cercano en la Dehesa de la Villa, un bosque en la ciudad, como reivindica la coordinadora creada para su defensa, destacando su carácter natural. Se trata de un corredor de naturaleza que conecta la ciudad con el entorno natural. Se caracteriza por ser una dehesa de pino piñonero en la que se desarrolla un ecosistema formado por especies vegetales concretas, multitud de aves y otros animales y ámbitos diferenciados según su orografía y situación. Los planes de actuación desde Parques y Jardines invariablemente han consistido en actividades de pavimentación, ajardinamiento ornamental e inclusión de luminarias. Los vecinos siempre han alegado la necesidad de mantener las condiciones de biodiversidad y no introducir elementos y especies extrañas que pudieran impactar negativamente en el ecosistema, así las repoblaciones deberían realizarse en zonas erosionadas con el fin de frenar la escorrentía, en lugar de en laderas blandas y sombreadas, y basarse en la reposición de pinocha en lugares más deteriorados o la regeneración de zarzales y arbustos espinosos como escaramujo o cambronera, que conviven con el resto de especies naturales, protegen de la escorrentía, y son espacio para el anidamiento de aves y hábitat de diferentes especies de insectos y mariposas. El conflicto y la falta de comunicación entre las partes llegó en 2001 a la demolición popular de los inicios de obras de urbanización de caminos que los vecinos deseaban que fueran sendas forestales.

En definitiva, observamos que una gestión centralizada tiende a igualar todos los espacios de la ciudad, sin tener tiempo o capacidad para responder a las peculiaridades concretas de cada uno de ellos. Son en cambio los vecinos, desde una situación de conocimiento, interés y orgullo por los lugares concretos, quienes buscan las soluciones más adecuadas para cada espacio.

Aparte de las bondades a nivel de desarrollo comunitario y personal que supone la participación ciudadana en el diseño y gestión de jardines y huertos urbanos hay que tener en cuenta que tiene importantes consecuencias en los niveles de gastos de mantenimiento y productividad. En los espacios de este tipo se reducen los costes de mantenimiento y gestión debido al trabajo comunitario intensivo y voluntario. Por otra parte se pone en valor un recurso habitualmente olvidado como son los terrenos baldíos dentro de la ciudad, que pueden convertirse en terrenos productivos, no sólo en cuanto a los alimentos que producen sino también por sus valores educativos. Además el grado de mantenimiento que desarrollan los vecinos es mayor que el que puede cubrir el mantenimiento municipal y, por lo tanto, los jardines están más cuidados y son más variados.

Estudio de caso

Huerto comunitario (Plaza Corcubión, Barrio del Pilar)

Esta experiencia se inició el verano pasado impulsada por algunos vecinos, a los que se fueron uniendo otras personas, en un primer momento las asociaciones del barrio (miembros de La Piluka y la Asociación de Vecinos la Flor) ayudaron a poner en marcha la construcción del jardín cuando hizo falta un mayor esfuerzo para acondicionar la zona: remover y enriquecer el terreno y comenzar los trazados y las plantaciones. Actualmente son diferentes vecinos del bloque quienes lo mantienen y en manzanas próximas se han comenzado a desarrollar iniciativas semejantes.

La morfología de esta zona del barrio es de calles y plazas peatonales sucesivas, conectadas entre ellas mediante escaleras, debido al desnivel de todo el área. Estos espacios se componen de caminos pavimentados y espacios libres de tierra con árboles aislados y vegetación naturalizada sin mantenimiento, con bancos en algunos puntos. Se sitúan frente a los portales de acceso a los bloques de pisos. Los bajos comerciales no se abren a estos espacios sino que dan generalmente a los caminos peatonales y a las calles de tráfico rodado que acaban en fondos de saco y aparcamiento. Por tanto no hay bares con terrazas en estas zonas. Algún equipamiento deportivo, como canchas valladas, se localizan en plazas duras más grandes.

El espacio concreto que estamos analizando tiene una extensión de unos 350 metros cuadrados. Ocupa la mitad de una de estas plazas de paso, elevada sobre el nivel de la calle y comunicada por una rampa y dos tramos de escaleras. Aunque se trata de un lugar de paso, el huerto está situado en un recodo protegido, con un bloque de once pisos en su lado suroeste, y dos muros ciegos de unos tres metros, que corresponden a la trasera de locales comerciales, cerrándolo por sureste y noreste. En su lado noroeste está abierto, separado por una valla metálica baja que se interrumpe para facilitar el acceso.

Se trata de un espacio resguardado y de fácil control por los vecinos del bloque. Recibe soleamiento directo durante toda la mañana, en invierno, y durante más horas en verano.

El perímetro en contacto con los edificios está pavimentado y la otra parte de la plaza es tierra sin cultivar, aunque está empezando a ser colonizada con alguna planta. Hasta el momento de su recuperación por parte de los vecinos se trataba de un espacio vacío, sin bancos donde sentarse y con tres solitarios árboles.

Su distribución interior es la siguiente: El acceso se produce en una parte interrumpida de la valla, y está flanqueado por dos tocones de árbol que sirven de base a macetas con plantas. Se entra a un espacio libre, con plantaciones florales, en el que se ha situado una mesa con bancos bajo la sombra de uno de los árboles preexistentes y un tablón de anuncios que explica la historia del huerto.

En el perímetro se sitúan diversas plantaciones de porte medio que delimitan el espacio que, a su vez, están protegidas por un borde bajo de tablones. Las especies en distribución lineal en este perímetro son arbustos de flores y aromáticas, como tomillo, romero, menta, perejil, valeriana, cebollino, hierbabuena, caléndula, madroño, hierbaluisa, gardenia, diversos cactus y carnosas en la zona con más horas de sol; y un jazmín que aprovecha el apoyo de la valla. Todas estas plantas están señaladas con pequeños carteles de madera.

Se han marcado los accesos a las zonas de huerta mediante pérgolas, y los senderos, que no se han pavimentado, se delimitan con separaciones a ras de suelo de piedra o tablones de madera. Hay cuatro parcelas diferentes de huerto, en los que se han cultivado cebollas, acelgas, lechugas, calabacines, tomates y fresas en verano, en el huerto de invierno se cultivaron espinacas, lombardas, coles o judías verdes. En los bordes de las huertas se han plantado algunos frutales, un cerezo, un limonero, una higuera, un olivo y un laurel.

En el ángulo Este se sitúa una zona de almacén, vallada. Ahí es donde se guardan las herramientas, las cubetas de agua, y donde se hace el compost, de momento con los residuos de la propia huerta, y con mantillo y estiércol de caballo que traen de fuera, aunque se espera utilizar en un futuro los residuos orgánicos de las viviendas.

En relación con el reciclaje se preparan unos talleres junto al otro huerto comunitario (plaza de la Redondela) y al grupo de consumo de la La Piluka. Se ha llevado al huerto un bidón para recoger el aceite usado de los vecinos, y tienen la idea de hacer algún taller sobre cómo aprovecharlo para hacer jabones, y también están investigando las aplicaciones del aceite usado en los automóviles.

El terreno ocupado es de propiedad pública, no existe un contrato de cesión pero las comunidades de propietarios de los bloques apoyan el proyecto y lo defenderían en caso de conflicto con el Ayuntamiento.

La organización es bastante informal, pues no se han establecido turnos de trabajo, ni una estructura estable con comisiones, grupos de trabajo o reuniones periódicas. Sin embargo, sí se establecen espacios de encuentro de los participantes en el proyecto mediante reuniones, meriendas y otros momentos en los que se define el proyecto y se toman las decisiones fundamentales.

No se regula la recogida o el reparto de los productos de la huerta, dejando libertad a cada cual para hacerlo según le parezca. El mantenimiento también se produce por el trabajo que cada uno pueda aportar. Aunque el proyecto no lleva en marcha demasiado tiempo, bastante gente está implicada en su desarrollo y no hay problemas en el nivel de cuidado.

El huerto ha mejorado la situación anterior, ahora el espacio no se ve abandonado, se le ha dotado de identidad y además contribuye de múltiples maneras a cerrar los ciclos del metabolismo urbano. En definitiva contribuye a mejorar la sostenibilidad urbana.


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Vista noroeste con frutales en primer plano. Se puede ver la zona de compostaje y de almacén a la izquierda de la foto.

Figura 3: Huerto situado en la plaza Corcubión. Mayo de 2008



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Vista de la zona de estancia y el cartel informativo.

Figura 4: Huerto situado en la plaza Corcubión. Mayo de 2008


Conclusiones

La supervivencia humana depende de nuestra adaptación y la de nuestros paisajes —ciudades, edificios, jardines, carreteras, ríos, campos, bosques— a nuevas formas capaces de contener vida, modelando contextos que reflejen las interlocuciones entre el aire, la tierra, el agua, la vida y la cultura, y que nos ayuden a entender y sentir estas conexiones: unos paisajes que sean funcionales, sostenibles, llenos de arte y significado.

Whiston Spirn, 2007

Los huertos y jardines comunitarios son un espacio ideal para hacer visibles los ciclos del metabolismo urbano, de los materiales, el agua o la energía. En ellos se desarrolla la agricultura orgánica, se buscan especies adaptadas al lugar y se cultiva lo que corresponde en cada momento. Introducen el paso de las estaciones de una manera rotunda en los tiempos de la ciudad, y de diversas maneras hacen evidente la mutua dependencia del ser humano y el medio natural. En este sentido son destacables sus valores como elemento de educación ambiental.

Además funcionan como una fuente importante de recursos para la comunidad, proporcionando alimentos frescos y de calidad en los momentos y los lugares donde las condiciones socioeconómicas de la población les impiden el acceso a estos productos.

La presencia de este tipo de jardines en el espacio público, si han sido correctamente diseñados, mejora la calidad ambiental, debido a la influencia que la cubierta verde, la vegetación y la presencia de agua pueden ejercer en las condiciones de humedad y temperatura, asegurando un mayor grado de confort ambiental que los espacios duros o vacíos.

La inserción de una red de jardines comunitarios en la trama urbana dotaría a los barrios de una identidad especial, con una gran diversidad de situaciones dependiendo de cada hortelano y cada grupo. Hemos visto que los proyectos a pequeña escala se adaptan con más facilidad a los cambios, y en ellos los errores se subsanan con mayor rapidez.

Los huertos y jardines comunitarios también pueden funcionar como catalizadores para lograr una mayor integración de colectivos desfavorecidos, y por tanto un mayor sentimiento de comunidad, al facilitar un lugar de encuentro y trabajo común. Este tipo de gestión supone un ahorro para el ayuntamiento y proporciona niveles más elevados de variedad de las plantaciones, de cuidado de las mismas, y de respeto y uso del espacio por parte de los vecinos.

Por tanto vemos que, efectivamente, los huertos comunitarios responden a diversos tipos de necesidades humanas, son elementos interesantes dentro del metabolismo urbano, mejoran la calidad de vida y las condiciones físicas del espacio.

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Recursos en internet

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