Los arenales de Urdaibai: final de partida

 


Recuerdo ahora aquella tarde tranquila de domingo. Navegábamos despacio trazando un círculo sobre las aguas del estuario con media marea. En las bancadas, también en círculo, chicos y chicas quedaban igualados por el rojo de los chalecos salvavidas. Me recuerdo a mí mismo dando las explicaciones habituales y a ratos charlando con el monitor. Había sido la nuestra una sensación inmediata de empatía. El caso es que en algún momento aquel hombre joven entró en una fase de mutismo. Mi hermano llevaba el timón con su gesto habitual de mirar como por encima de las aguas tras sus gafes de sol, nunca se sabía bien hacia dónde. Parecía la primera tarde del mundo. De pronto el monitor dijo algo. Creí no haberle entendido. “Dentro de poco todo esto va a desaparecer”, me pareció que había dicho. “¿Pronto?”, pregunté. Se suponía que yo llevaba ya varios años interesándome por todo lo relacionado con la Reserva de la Biosfera de Urdaibai y no tenía ni idea de lo que decía. “Sí, en términos geológicos”, dijo, y añadió una cifra de milenios que no puedo recordar. Era geólogo, o algo así, y hablaba con una carga de nostalgia anticipada. Como si estuviera viendo ya lo que ningún ojo humano podrá jamás ver.

No recuerdo su nombre. Me gustaría verle e invitarle a que visitar el estuario del río Oka en marea baja. La arena lo ha cubierto casi por completo. Me gustaría preguntarle si acaso se está anticipando la transformación radical anunciada aquella primera tarde del mundo. Si acaso tendría solución. Porque la arena está acabando con el paisaje y la biodiversidad. Para entendernos, bajo la arena apenas prospera la vida.

Recuerdo los ostreros esparcidos por las zonas de limos frente a los por entonces todavía visibles restos de munas entre Axpe y San Kristobal, en Busturia. La emoción que nos generaban. Hasta que dejaron de venir. Ya no tenían ostras a la vista, ni nada. También dejamos de ver a las abocetas con sus cuerpos elásticos como su propio nombre. Podría seguir hablando de las otras aves que dejamos de ver hasta quedarme mudo.

Recuerdo los últimos dragados, los del cambio de milenio. El aparato burocrático del GV les dio el sí, no podía ser de otra manera. Astilleros de Murueta S. A., que los había solicitado, reclamaría los costos de la cosa al propio GV, ahí lo dejo, vaya. En el entreacto, entre la solicitud y el cumplimiento de la condena, un alto cargo de la pirámide donde habita la burocracia afirmaba en prensa afín que aquellos dragados iban a impedir que las arenas cubrieran las marismas de esa parte del Oka. Pues bien, ocurrió todo lo contrario. Apenas veinte años después de los dragados aquellos la arena cubre lo que decían que iba a proteger.

Recuerdo la acción bestial de la draga, que luego quedaría abandonada y semihundida cerca del Bateleku de Larrabe, Murueta. Fue terminar de dragar y abandonar la nave. Pasamos una noche allí mirando a las estrellas. La retiraron después de llevar años allí, contaminando.

Recuerdo el dolor de ver desaparecer los antiguos canales de Sandinderi y Kanala bajo las arenas depositadas sobre ellos, el recrecimiento de Laida o el de Abina, o San Antonio, con arenas y depósitos de dudosa calidad. O la deposición de barros y lodos contaminados junto al astillero, que ahí siguen.

Recuerdo nuestros escritos. No recuerdo que nunca nos dieran la razón y ahora empiezo a tratar de recordar los datos técnicos de los volúmenes de arenas y lodos depositados, sus contenidos y sus ubicaciones, que están publicados. ¿Me equivocaría si dijera, burócratas de la Pirámide de Madariaga Dorrea, llamada así antes de que en la más reciente colonización hayáis pasado a denominarla Torre Madariaga, si dijera que más de dos millones y medio de metros cúbicos son los que están ahora cubriendo el estuario?

Recuerdo apenas lo años de furia literaria en los que leía al el gran maestro del siglo XX, Samuel Beckett, especialmente las obras ‘Esperando a Godot’ y ‘Final de Partida’. La arena sigue esperando a su gran Godot mientras anuncia el final de partida para el estuario de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai.

Recuerdo el argumento de ‘Final de partida’. Hamm, un viejo amo que está ciego y no puede ponerse en pie, y su sirviente Clov, que no puede sentarse, son los protagonistas principales. Viven en una pequeña casa junto al mar, aunque a veces el diálogo sugiere que fuera de la casa; ni mar, ni sol, ni nubes. Es lo que está ya pasando en la obra bufa en dos escenarios y un pasillo palafítico titulada ‘Guggenheim Urdaibai Museoa’.

Ahí, frente al hipotético futuro escenario de la Torre Guggenheim, está avanzando a pasos de gigante el fin del estuario. Quizás todavía estemos a tiempo de salvarlo hasta que la naturaleza, como dijo aquella tarde el monitor cuyo nombre no recuerdo, haga su trabajo.

Salvar el estuario del Oka es la tarea más urgente hoy en Urdaibai. Que se dejen de proyectos absurdos carentes de futuro y hagan frente a la realidad. Es hora de poner en marcha una Comisión Científica Independiente que se haga cargo del problema. De lo contrarío, fin de partida. Urdaibai dejará de ser y Vlac, el siervo, no podrá explicarle a su amo ciego lo que ve ahí fuera: un desastre.

Edorta Jimenez

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