Nerea Arregi Topas
Portavoz de la plataforma Bizilagunekin de donostiarras por el decrecimiento turístico
En los últimos años en Donostia se oye cada vez más alto la voz de sus vecinas y vecinos: la turistificación está ahogando nuestra ciudad. El pasado 15 de junio, cientos de donostiarras volvimos a salir a la calle a defender nuestras condiciones y manera de vivir. Fue una expresión más del deseo de poner sobre la mesa las necesidades de la sociedad y de los barrios. Donostia está bajo el dominio de la maquinaria que hace negocio con los visitantes. La promoción turística y la especulación o los usos hosteleros, que alejan la vivienda de su función residencial, han convertido en impagable lo que era caro; han provocado una grave emergencia social residencial y han golpeado duramente los proyectos vitales de miles de donostiarras. Cientos de jóvenes y habitantes han tenido que abandonar Donostia, lo que hace mucho daño en el tejido social de nuestros barrios. Las consecuencias de la turistificación no sólo se refieren a las consecuencias económicas: también pone al servicio del mercado las calles de la ciudad, nuestras relaciones, la movilidad y la cultura, en lugar de alimentar la cohesión y el dinamismo de la comunidad.
Frente a esto, la única respuesta de las instituciones públicas es la formada por bellas palabras y medidas simbólicas menores. Dicen que ahora nos traen un modelo de turismo integrador, más sostenible, más beneficioso, basado en la gobernanza colaborativa, inteligente y duradero. Los documentos oficiales sobre turismo están desbordados de palabras sugerentes e imprecisas. Pero la cuestión es: ¿están dispuestos a poner límites al negocio de los que se están enriqueciendo con la turistificación, por el bien de los donostiarras? ¿Están dispuestos a tomar el camino del decrecimiento turístico y establecer medidas para reducir el excesivo peso de la actividad turística en el modelo de ciudad de Donostia?
No va en esa dirección mantener intacto el número de viviendas turísticas; la proliferación de vuelos en Loiu y Hondarribia; financiar ferias, campañas y reportajes de prensa pagados para promocionar el turismo; dar prioridad a las infraestructuras del turismo por encima de las necesidades de la comunidad; invertir una fortuna pública para los conciertos de Bruce Springsteen; o traer a la ciudad el Mundial de fútbol de 2030, por ejemplo. Entre otras cosas, en las últimas semanas hemos sufrido una acción coordinada de propaganda sobre la tasa o el impuesto turístico. El debate se ha demorado durante años en beneficio de una industria turística, que se opone a su implantación. Ahora bien, el hecho es que el impuesto turístico no cuestiona el crecimiento del turismo. Se da por hecho que el peso del turismo en nuestro modelo económico seguirá creciendo, y que la necesidad de responder a los perjuicios que ello provoca se eternizará. Quieren hacernos más llevadera la situación o compensar de alguna manera los motivos de la protesta. Es una trampa. Los daños de la turistificación son estructurales y, por tanto, sólo podemos ponerles fin mediante el cambio estructural. Sin tomar la dirección del decrecimiento turístico, no se dará un cambio de modelo urbano acorde a las necesidades de la mayoría.
El cambio de modelo de ciudad exige ser conscientes de que las relaciones comunitarias y el dinamismo social son el mayor patrimonio y bien de Donostia y de las y los donostiarras. Esto significa, en primer lugar, tratar con respeto a las y los vecinos de los barrios y a los grupos de base social. Dar la palabra, apoyar y garantizar los recursos a las personas que realizan cualquier actividad en beneficio de la comunidad. El decrecimiento turístico puede volver a poner la ciudad al servicio de las y los donostiarras, fortalecer los lazos vecinales y, más allá de apariencias comerciales, reforzando su verdadera identidad. Tenemos que facilitar e impulsar la vida en la ciudad y en los barrios, de abajo a arriba. Calles y plazas no sólo para consumo; se trata de convertirlas en espacios para caminar, jugar, descansar y conocerse. Y esto no es sólo simbólico; es un cambio estructural y absolutamente necesario.
Esta batalla no ocurre solo en Donostia: en muchas ciudades del Sur de Europa también circula una reacción similar y un afán por el cambio de rumbo. En varios lugares donde hace tiempo el turismo se consideraba una bendición hemos llegado al límite. Y la pregunta es clara: ¿qué queremos para nuestras ciudades? ¿Queremos ser un resort adaptado para el beneficio de los inversores y el consumo masivo? ¿O un ecosistema social basado en el cuidado, la economía equilibrada, la cultura y los vínculos comunitarios? Por nuestra parte, la respuesta también es clara: ¡decrecimiento turístico ahora! Mantengamos la reivindicación; organicémonos con las y los vecinos; construyamos alternativas.
Frente a esto, la única respuesta de las instituciones públicas es la formada por bellas palabras y medidas simbólicas menores. Dicen que ahora nos traen un modelo de turismo integrador, más sostenible, más beneficioso, basado en la gobernanza colaborativa, inteligente y duradero. Los documentos oficiales sobre turismo están desbordados de palabras sugerentes e imprecisas. Pero la cuestión es: ¿están dispuestos a poner límites al negocio de los que se están enriqueciendo con la turistificación, por el bien de los donostiarras? ¿Están dispuestos a tomar el camino del decrecimiento turístico y establecer medidas para reducir el excesivo peso de la actividad turística en el modelo de ciudad de Donostia?
No va en esa dirección mantener intacto el número de viviendas turísticas; la proliferación de vuelos en Loiu y Hondarribia; financiar ferias, campañas y reportajes de prensa pagados para promocionar el turismo; dar prioridad a las infraestructuras del turismo por encima de las necesidades de la comunidad; invertir una fortuna pública para los conciertos de Bruce Springsteen; o traer a la ciudad el Mundial de fútbol de 2030, por ejemplo. Entre otras cosas, en las últimas semanas hemos sufrido una acción coordinada de propaganda sobre la tasa o el impuesto turístico. El debate se ha demorado durante años en beneficio de una industria turística, que se opone a su implantación. Ahora bien, el hecho es que el impuesto turístico no cuestiona el crecimiento del turismo. Se da por hecho que el peso del turismo en nuestro modelo económico seguirá creciendo, y que la necesidad de responder a los perjuicios que ello provoca se eternizará. Quieren hacernos más llevadera la situación o compensar de alguna manera los motivos de la protesta. Es una trampa. Los daños de la turistificación son estructurales y, por tanto, sólo podemos ponerles fin mediante el cambio estructural. Sin tomar la dirección del decrecimiento turístico, no se dará un cambio de modelo urbano acorde a las necesidades de la mayoría.
El cambio de modelo de ciudad exige ser conscientes de que las relaciones comunitarias y el dinamismo social son el mayor patrimonio y bien de Donostia y de las y los donostiarras. Esto significa, en primer lugar, tratar con respeto a las y los vecinos de los barrios y a los grupos de base social. Dar la palabra, apoyar y garantizar los recursos a las personas que realizan cualquier actividad en beneficio de la comunidad. El decrecimiento turístico puede volver a poner la ciudad al servicio de las y los donostiarras, fortalecer los lazos vecinales y, más allá de apariencias comerciales, reforzando su verdadera identidad. Tenemos que facilitar e impulsar la vida en la ciudad y en los barrios, de abajo a arriba. Calles y plazas no sólo para consumo; se trata de convertirlas en espacios para caminar, jugar, descansar y conocerse. Y esto no es sólo simbólico; es un cambio estructural y absolutamente necesario.
Esta batalla no ocurre solo en Donostia: en muchas ciudades del Sur de Europa también circula una reacción similar y un afán por el cambio de rumbo. En varios lugares donde hace tiempo el turismo se consideraba una bendición hemos llegado al límite. Y la pregunta es clara: ¿qué queremos para nuestras ciudades? ¿Queremos ser un resort adaptado para el beneficio de los inversores y el consumo masivo? ¿O un ecosistema social basado en el cuidado, la economía equilibrada, la cultura y los vínculos comunitarios? Por nuestra parte, la respuesta también es clara: ¡decrecimiento turístico ahora! Mantengamos la reivindicación; organicémonos con las y los vecinos; construyamos alternativas.
Comentarios
Publicar un comentario
Que para que una publicación tenga legitimidad estén seguros que publicaremos los comentarios, rectificaciones, respuestas y criticas que estén escritas con respeto a las normas de cortesía habituales, aunque sean contrarios a nuestra linea de pensamiento o a alguno de nuestros colaboradores.
Por lo contrario, en caso de que se lleguen a nuestro Blogg esos comentarios ilícitos o falsedades los eliminaremos de oficio en cuanto tengamos conocimiento de los mismos, para evitar del daño que pretende causar el autor de tales comentarios.